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viernes, 30 de marzo de 2007

sobre árboles y amigos

a veces una necesita abrazar a alguien, pero no puede extender los brazos, aunque haya alguien que quisiera abrazarte. una se muere por recibir su abrazo, pero cuando la persona se acerca una hace un gesto hosco y la espanta, la aparta.
puf, si sabré yo de esto. mil veces he querido morirme. hay que aguantar mientras dure, distraerse, escribir; yo escribo obsesivamente decenas de páginas por días como una energúmena para escapar de mi cabeza, para olvidarme. soy medio zen (el zen es la única cuasireligión que admite a los escépticos): yo creo que la disciplina de la rutina del trabajo (trabajar unos plantines de jardín, barrer la pieza, cocinar, bañar al perro, leer, escribir, tomar el café o cenar a tales horas, hacer una caminata diaria, ordenar la biblioteca, escuchar música sin hacer nada más que eso, y también pensar, claro, y mucho), quiero decir de las actividades ínfimas y cotidianas, organizan la vida y nos absuelven de estar todo el día con la cabeza a punto de estallar, como la mina de la canción de spinetta.
cada vez que oigo "verde bosque", del disco "fuego gris", de spinetta (en realidad una vieja canción de pescado rabioso, creo que es sobrante de artaud, tengo la grabación del flaco presentando el disco solo, cantando otros inéditos, como "mensaje a las larvas") pienso que la canción habla de mí. dice "nena tu cabeza va a estallar / nena tu cabeza va a estallar / hay un leve impacto / quiero ver / tu conciencia gris si está", y en otro momento: "han vaciado el mundo / pronto nena:/ llena el hueco / inventa un dios".
eso siento yo que debo hacer al escribir poesía, al escribir: desvaciar el mundo, inventar un dios, algo que nos redima, de algún modo. puede ser un soneto, o un hijo, o un amante, o una amistad, o mirar el mar callada.
lo que decís del árbol. me recuerda a heidegger. heidegger, además de adherir al partido nazi, al menos hasta 1942, fue en sus libros casi el primer ecologista militante: él decía que la máquina cosechadora segando el trigo era el equivalente agrícola de las cámaras de gas. decía que la civilización tecnológica (moderna digamos, siglo xvi en adelante) agrede a la naturaleza, la viola, la destruye: europa hace algunos siglos estaba llena de bosques, ahora está vacía de árboles, eran bosques tupidísimos. eso cambió mucho el clima de europa y bueno, influye tb en el cambio climático. bueno, él decía que mientras el molino de agua aprovecha la energía de la naturaleza sin violentarla, la represa hidroeléctrica violenta la naturaleza, y la corroe, la destruye. lo mismo podría decirse de las pasteras: la siembra indiscriminada de millones de pinitos que chupan agua vaciará el acuífero guaraní (arg, uruguay, brasil, paraguay), el depósito de agua más grande del planeta, por eso se vienen para acá.
y bueno, heidegger siempre salía a caminar (en su vejez sus posiciones filosóficas se acercaron mucho al orientalismo, al misticismo hinduísta y zen, él había empezado como teólogo y terminó siendo un místico del ser), y siempre, al pasar por un bello ciprés que quedaba en el recorrido diario, se detenía y le dirigía unas palabras, saludándolo como a una persona con grandes honores, y diciéndole que "ud, señor ciprés, es muy importante, porque cada día le procura sombra y refresco y descanso a este viejo caminante exhausto".
bueno. un día fue a alemania desde japón un enviado del principal maestro de una de las dos escuelas zen (una es la soto, otra es la rinzai), para cambiar opiniones sobre el pensamiento de oriente y de occidente. se pusieron a hablar de dios, y heidegger le preguntó qué era para el zen dios. y el monje zen le respondió con un koan, que es el siguiente: "el ciprés en el jardín". heidegger, ya octogenario, se emocionó hasta las lágrimas, porque entendió perfectamente el significado de la frase, que él compartía y exhibía al hablarle así al ciprés que le daba sombra cada día: el ciprés en el jardín, o sea la figura en el paisaje, indisoluble del paisaje, imposible la armonía uno sin el otro y el humano ahí, sin romper el equilibrio, como en esos viejos trazos zen del hombre en la montaña, el hombre perdido en el paisaje, ínfimo fragmento del mundo, ni siquiera el ciprés en el jardín, sino apenas la hoja en el loto en el mar.

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